02 agosto 2024
Una reflexión sobre Venezuela
Venezuela
es el único país de América Latina donde dos
recursos fundamentales no están controlados por EEUU
por
Boaventura de Sousa Santos* – Diario16+
No soy,
ni he sido nunca, un chavista acérrimo. Hugo Chávez fue
un benévolo meteorito político que sacudió el
subcontinente latinoamericano y el mundo en la primera década
del siglo XXI.
En 2013, poco después de la muerte de
Hugo Chávez, escribí un artículo titulado «Hugo
Chávez: el legado y los desafíos». En él
identificaba algunos signos de autoritarismo y burocratización
y terminaba el texto así: «Sin injerencias externas,
estoy seguro de que Venezuela sabría encontrar una solución
no violenta y democrática. Lamentablemente, lo que está
ocurriendo es que se están utilizando todos los medios para
poner a los pobres en contra del chavismo, la base social de la
revolución bolivariana y los que más se han beneficiado
de ella. Y, al mismo tiempo, para provocar una ruptura en las Fuerzas
Armadas y el consiguiente golpe militar para derrocar a Maduro. La
política exterior europea (si es que puede llamarse así)
podría ser una fuerza moderadora si entretanto no hubiera
perdido su alma.»[1] He de reconocer que mi temor no se ha
hecho realidad hasta la fecha, aunque no han faltado intentos para
que así fuera. Creo que el momento actual es otro de esos
intentos. De ahí la importancia de reflexionar sobre el clamor
en los medios de comunicación occidentales sobre la
posibilidad de fraude en las recientes elecciones en Venezuela y el
consenso en la derecha e izquierda sobre la necesidad de auditar los
resultados. Esto me deja muy perplejo y me obliga a reflexionar.
1.
El sistema electoral venezolano ha sido considerado unánimemente
como uno de los más seguros y protegidos contra el fraude.
Requiere cuatro fases de identificación: inscripción en
el censo electoral, voto electrónico, extracción de la
papeleta y huella dactilar del votante. Los números deben
coincidir. Por supuesto, ningún sistema electoral es
completamente inmune al fraude, pero si lo comparamos con los
sistemas electorales de otros países (como Estados Unidos o
Portugal), el sistema venezolano es más seguro. ¿Por
qué es tan obvio para tanta gente que puede haber habido
fraude?
2. La oposición venía anunciando que
sólo reconocería los resultados si ganaba las
elecciones. En este sentido, seguía una práctica que se
está generalizando entre las fuerzas de extrema derecha que se
presentan a las elecciones (Trump en 2020, Bolsonaro en 2022, Milei
en 2023). Esto debería llamar a cierta cautela a las fuerzas
democráticas, no sea que su insistencia en la auditoría
sirva de muleta a fuerzas políticas que, supuestamente en
nombre de la democracia, quieren destruirla.
3. Fuera de
Venezuela, las fuerzas más vociferantes en defensa de la
democracia venezolana son fuerzas políticas de extrema derecha
que en sus propios países han propugnado o practicado golpes
de Estado y fraudes electorales. En Brasil, con la colaboración
activa de EEUU, Jair Bolsonaro y las fuerzas políticas y
militares que le apoyaron protagonizaron el fraude electoral más
clamoroso de la última década. Consiguieron inhabilitar
y meter en la cárcel durante más de 500 días al
candidato que con toda seguridad habría ganado las elecciones,
Lula da Silva; manipularon fácilmente los medios de
comunicación y los tribunales; y las elecciones de 2018 fueron
declaradas válidas internacionalmente sin ningún tipo
de reservas. Esto demuestra que el clamor mediático-político
sobre la posibilidad de fraude y la necesidad de verificar los
resultados no se basa, al contrario de lo que parece, en un arraigado
amor a la democracia, sino en otras razones, que explicaré a
continuación.
4. El doble rasero va mucho más
allá de las fuerzas de extrema derecha y del primitivismo de
sus consideraciones. Los países europeos, que se precian de
ser democracias impecables, fueron casi unánimes en reconocer
como presidente legítimo de Venezuela a un señor que se
había autoproclamado presidente en una plaza de Caracas. Me
refiero a Juan Guaidó, el 23 de enero de 2019. ¿Cómo
se explica que, en este caso, no se haya tenido ningún cuidado
en verificar los procesos democráticos? Resulta aún más
chocante si comparamos esta aparente negligencia con el celo de
ahora, respecto a unas elecciones que contaron con más de 900
observadores de casi 100 países. Por cierto, en un aparte que
aumenta la perplejidad, uno se pregunta por qué sólo en
unos pocos países es tan crucial recurrir a observadores
externos para dar credibilidad a los procesos electorales. Si siempre
existe la posibilidad de fraude, la necesidad de observadores debería
ser universal y supervisada por la ONU.
5. No discuto las
razones de la inhabilitación de María Corina Machado
(es bien sabido que participó en varios intentos de golpe de
Estado contra el gobierno bolivariano e incluso pidió una
intervención militar extranjera), pero la forma en que se
eligió a su sustituto, el ex diplomático Edmundo
González Urrutia, es desconcertante. Hay algo inquietantemente
caricaturesco en la oposición venezolana. Primero fue Juan
Guaidó; ahora es un señor que parecía que
acababa de salir de una residencia de ancianos para una actividad de
ocio que resultó ser una candidatura presidencial. Si menciono
esto es sólo porque las manos de Edmundo González
pueden acabar manchadas de sangre. Entre 1981 y 1983 Edmundo González
fue el primer secretario de la Embajada de Venezuela en El Salvador,
cuyo embajador era Leopoldo Castillo, conocido como Matacuras. En esa
época se ejecutaba en ese país el Plan Cóndor de
contrainsurgencia, impulsado por Ronald Reagan, con el objetivo de
impedir el avance de las fuerzas revolucionarias del Frente Farabundo
Martí para la Liberación Nacional (FMLN). Este plan
incluía la ejecución de la Operación Centauro,
en la que participaban el ejército y escuadrones de la muerte
y cuyo objetivo era asesinar a revolucionarios y, en particular, a
miembros de comunidades religiosas basadas en la teología de
la liberación. Un total de 13.194 personas fueron asesinadas,
entre ellas Don Oscar Romero, hoy santo de la Iglesia Católica,
cuatro monjas Maryknoll y cinco sacerdotes. Según datos de la
CIA desclasificados en 2009, Leopoldo Castillo aparece como
corresponsable de la coordinación y ejecución de la
Operación Centauro. Edmundo González era el primer
secretario de la Embajadade Venezuela. Los crímenes cometidos
son de lesa humanidad y como tales son imprescriptibles[2].
¿Por
qué tanto clamor sobre un posible fraude electoral?
La
respuesta corta a esta pregunta es la siguiente: Venezuela es el
único país de América Latina donde dos recursos
fundamentales no están controlados por EEUU: las fuerzas
armadas y los recursos naturales (las mayores reservas de petróleo,
tierras raras, oro, hierro, etc.). A lo largo del siglo XX, EEUU
intervino repetidamente en las elecciones de Venezuela con el
objetivo de garantizar su acceso a los recursos naturales. Siempre lo
han hecho con la ayuda de un número muy reducido de familias
oligárquicas, algunas de las cuales controlan la riqueza del
país desde el siglo XVI y la época de las encomiendas.
María Corina Machado pertenece a una de estas familias. Su
programa electoral es muy similar al de Javier Milei y ya ha
prometido en una entrevista que, si fuera presidenta, trasladaría
la embajada venezolana de Tel Aviv a Jerusalén. Es un programa
de extrema derecha que ha sido apoyado por EEUU y, últimamente,
por el oligarca de oligarcas, Elon Musk.
Como no controla los
dos recursos que he mencionado, EEUU ha utilizado las dos estrategias
que tiene a su disposición (además de la injerencia
electoral y el apoyo a la oposición): la participación
en golpes de Estado, que pueden incluir o no intentos de asesinato de
los líderes a derribar; y las sanciones económicas. En
estos momentos, Venezuela está siendo castigada con 930
sanciones impuestas desde hace casi dos décadas. Las sanciones
han causado el empobrecimiento abrupto de Venezuela y han sido
responsables de miles de muertes debido a la falta de medicamentos
esenciales para la vida (por ejemplo, durante un periodo, insulina).
Este empobrecimiento abrupto llevó a la suspensión de
muchas de las políticas redistributivas del gobierno y, en
última instancia, a la emigración. Más de siete
millones de personas.
No cabe duda de que un país con
tantos millones de ciudadanos obligados a emigrar no puede ir bien. Y
es comprensible que muchos de estos emigrantes vean en la derrota de
Nicolás Maduro el fin de las sanciones y la esperanza de
volver. En este contexto, es necesario hacer dos reflexiones. La
primera es que Maduro ha liberalizado la economía en los
últimos años, adoptando algunas medidas que
difícilmente pueden considerarse socialistas o incluso de
izquierdas. Se están firmando muchos acuerdos con grandes
empresas estadounidenses y europeas, tanto en el sector petrolero
como en otros. Hoy en día, la economía venezolana es
una de las de mayor crecimiento de América Latina, pero
obviamente esto viene después de un empobrecimiento brutal.
Hasta qué punto este nuevo modelo económico (¿inspirado
en China?) puede tener éxito es una cuestión
abierta.
La segunda reflexión es que, si observamos el
panorama internacional de las migraciones y los refugiados, Venezuela
es el único caso en el que la atención mediática
se centra en el país del que salen los desplazados. En todos
los demás casos, la atención se centra en los países
«receptores» (lo que a menudo incluye la deportación).
Una vez más, la razón parece ser ésta: la
política de desestabilización y demonización del
gobierno bolivariano y la creación de un consenso para activar
la tercera arma estadounidense: el infame cambio de régimen.
De hecho, creo que la agitación social que se está
produciendo actualmente tiene como objetivo crear una Revolución
Maidan diez años después. Me refiero al malestar social
en Ucrania en 2014 que llevó a la huida del presidente
democráticamente elegido, Víctor Yanukóvich, y,
poco después, a la elección de Volodymyr Zelensky. La
razón por la que es improbable que se produzca una «revolución
de colores» en Venezuela es que Estados Unidos no cuenta con
militares venezolanos formados en la Escuela de las Américas,
donde se han fraguado tantos golpes de Estado. Las Fuerzas Armadas
venezolanas ya han reconocido los resultados electorales.
Pero
seguro que habrá más intentos en el futuro, sobre todo
porque Venezuela cuenta con tres grandes aliados: China, Rusia e
Irán, tres enemigos de EEUU. Los dos primeros son miembros
originales de los BRICS y el tercero pronto se unirá a ellos.
Esto significa que, aunque la fachada discursiva sea sobre el fraude
electoral y la democracia, lo que está en juego es la
agitación geopolítica que está provocando la
victoria de Maduro. Esto debería hacer reflexionar a los
dirigentes de los países latinoamericanos, especialmente a
Brasil. Tarde o temprano, Brasil tendrá que decidir de qué
lado está en el nuevo horizonte geopolítico y
geoestratégico mundial que está en marcha. Comprendo la
cautela porque, después de todo, Estados Unidos interfirió
recientemente de forma brutal en la política interna de
Brasil. Pero, por otro lado, sólo defendiendo la soberanía
de otros países podrá Brasil, o cualquier otro país,
defender eficazmente su propia soberanía cuando llegue la
tormenta imperial. En cualquier caso, es mejor actuar colectivamente
que individualmente. La Comunidad de Estados Latinoamericanos y
Caribeños (CELAC) debe ser más activa ahora que ha
desaparecido la Unión de Naciones Latinoamericanas
(UNASUR).
[1]Pneumatóforo. Escritos políticos,
1981-2018. Coimbra: Almedina, 2018, p. 165-175
[2] Puede
consultar la información en:
https://nlginternational.org/2024/07/national-lawyers-guild-report-election-monitoring-delegation-to-the-bolivarian-republic-of-venezuela/;
https://www.elperiodista.cl/2024/07/vinculan-a-candidato-opositor-en-venezuela-con-asesinatos-de-religiosos-en-el-salvador/
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*Boaventura
de Sousa Santos es sociólogo, Profesor catedrático
jubilado de la Facultad de Economía de la Universidad de
Coímbra (Portugal). Profesor distinguido de la Universidad de
Wisconsin-Madison (EE.UU.)
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